miércoles, 19 de septiembre de 2012

UN PANY DE BOSC AL REVOLT


Hi ha un pany de mar al revolt
i un tros de cel escarlata

                                      J.V. Foix


Sin transición, en una secuencia imposible, el mar aparece a la vuelta de una esquina o de un camino. Estos versos del poeta Foix sitúan a la naturaleza irrumpiendo entre los espacios del ser humano, y la imagen podría resultarnos tan liberadora como turbadora.

Resolver un encuentro domesticado entre naturaleza y ciudad ha sido una de las preocupaciones históricas del urbanismo. En el s. XIX, con la revolución industrial, y todos los problemas de demografía e insalubridad que ésta ocasionó, empezó a tomar cuerpo una búsqueda hacia nuevos modelos urbanos que pudieran recuperar algo de la arcadia primitiva, perdida por el ser humano. Desde la garden-city hasta las actuales smartcities, pasando por la ville radieuse de Le Corbusier, numerosos modelos teóricos han proclamado con énfasis la llegada de la nueva ciudad, aquella en la que los valores de la naturaleza quedarán integrados con armonía en el sistema urbano.



Panfleto explicativo de las virtudes
 de Welwyn, una de las garden-cities 


En Barcelona, una ciudad en la que todo está muy diseñado, uno puede tener una imagen más bien silvestre de la Naturaleza cuando se acerque por la calle Madrazo hacia la calle Calvet. Entre las fachadas verá cómo al fondo se va abriendo paso, de un modo casi furioso, una masa vegetal exuberante. Madrazo gana anchura y pasa a llamarse Tenor Viñas tras cruzar Calvet pero queda bruscamente cortada por esta vegetación tumultuosa que se retuerce entre edificios. 
 
 

Desde la calle Madrazo


En realidad estamos viendo el Turó Parc, cuya entrada principal (situada en otro punto) tiene una apariencia monumental y está totalmente armonizada con la avenida Pau Casals. Sin embargo se diría que la propia naturaleza que el parque quería contener se ha rebelado y ha empezado a desbordarse hacia nuestra calle lateral, Tenor Viñas, como si ésta fuera su única vía de escape. El semáforo parece querer detener la estampida, meterla otra vez en las leyes de la ciudad, pero los árboles no entienden la luz roja y lo arrollarán en su avance implacable.



Solo ante el peligro


El Turó Parc fue diseñado por el paisagista Nicolau M. Rubió i Tudurí cuando los edificios que ahora lo rodean todavía no existian. Desconozco si él fue exactamente consciente de cómo se iba a ver la vegetación desde las calles actuales, pero el resultado es que, al menos desde una de ellas, parece que los árboles y la hierba se niegan a formar parte de un modelo previo, de un parque. Parece que un lienzo de bosque ha irrumpido entre las calles, de esa misma manera incontrolable como lo hace siempre el misterio de la naturaleza entre los artificios del ser humano.

                        
                                                                                                  
                                                                                                     Rafael Pérez Mora

 



lunes, 3 de septiembre de 2012

UN TEJADO PARA EL ASFALTO


Si nos pidieran que dibujáramos una casa en pocos trazos probablemente recurriríamos a la típica imagen infantil con una ventana cuadrada, una chimenea y, sobretodo,  una cubierta a dos aguas. Para hacernos entender dibujaríamos como lo hacen los niños, es decir plasmando una realidad a partir de un símbolo que la representa. La V invertida de la cubierta a dos aguas es un símbolo de la arquitectura mas primitiva: el hogar. Y evoca emociones de recogimiento y quietud.

Muchos arquitectos, especialmente a partir de la postmodernidad, han estudiado el espacio desde el valor simbólico de algunas de sus formas. Formas iconográficas que con frecuencia encontramos en la ciudad, aunque normalmente estén alteradas o disimuladas. Al verlas una especie de memoria genética cultural las descodifica y a partir de esto, de un modo inconsciente, se determina qué vamos a esperar de ese espacio, cómo nos vamos a posicionar ante él.

Los esbozos de Aldo Rossi expresan el goce de una
 mirada infantil que convierte la arquitectura en iconos
 claramente reconocibles: tejados, cúpulas, torres...
Fuente: aamgalleria.it

Cuando aquello que las señales de una arquitectura nos sugieren no concuerda con la naturaleza real de la misma, entonces un pequeño cortocircuito mental hace explotar ese juego de simbolismos y una sutil extrañeza nos descoloca por un momento. A veces son los propios arquitectos quienes juegan a confundir al paseante. Pero otra veces esto ocurre espontáneamente por alguna circunstancia caprichosa.

En el edificio Tokyo Apartment Sou Fujimoto lleva
 al extremo un juego con los simbolismos arquitectónicos.
 Las habitaciones cogen forma de casa y se apilan. 
Fotografia de Daici Ano.

Cerca del mercado de Sant Antoni, una estructura cubre un tramo de la calzada de la calle Comte d'Urgell. Encima no hay ningún edificio y debajo sólo está el tránsito de los vehículos. La imagen tiene algo desconcertante. Está claro que, hablando en términos funcionales una calzada no necesita para nada una cubierta, y todavía tendría menos sentido que lo único que se deje descubierto sean las aceras. Sin embargo creo que lo que acaba de provocar la extrañeza es la forma, a dos aguas, de la cubierta. Tenemos una casa encima de la carretera, un hogar cuyos habitantes són unos vehículos pasando a toda velocidad. Es verdad que nos parece normal encontrar cubiertas a dos aguas sobre espacios que no son hogares, como por ejemplo fábricas o escuelas. Pero también es verdad que estos espacios comparten algo con el hogar: en ellos se está, se permanece. Debajo de nuestro tejado sobre la calle nada permanece.




Luego nos enteraremos de que, mientras duren las obras del mercado de Sant Antoni, este tramo de calzada se corta al tráfico rodado los domingos por la mañana y esta estructura sirve para acoger un mercado semanal de libros de segunda mano. Pero incluso cuando ya sepamos esto, durante seis dias y medio de la semana al pasar por este espacio algo en nosotros esperará encontrar un centro allí donde sólo encontraremos trayectorias, y quietud allí donde sólo encontraremos movimiento.

                         
                                                                                                          Rafael Pérez Mora 






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