miércoles, 20 de febrero de 2013

LAS ARISTAS DE LESSEPS


Un no-lugar es, según el antropólogo Marc Augé, un ámbito urbano de dispersión, que acoge el tránsito de las personas pero no las relaciones entre ellas. Se caracteriza por tener una configuración espacial confusa que no invita a permanecer en él: no podemos reconocer allí un argumento unitario que englobe todos sus elementos. Ejemplos de no-lugares serían un cruce de autopistas o un solar. Un lugar, en cambio es un entorno de vida y, por tanto, acaba integrándose en la identidad colectiva de la ciudad. En ellos adivinamos algún tipo de lógica que es tanto funcional como estética: algo profundamente humano agradece y responde a este orden del espacio.

Dónde ahora está la plaza Lesseps se encontraba, hasta los años sesenta, la plaza dels Josepets, que sólo ocupaba una parte de la actual. Era un salón urbano, regular y acotado. No es difícil imaginarla como un sitio agradable: tenía forma rectangular, en uno de sus lados cortos estaba la llegada de la calle Gran de Gràcia, y en el otro, la iglesia dels Josepets. Ésta presentaba una fachada monumental que cerraba el espacio. Una hilera de árboles acompañaba el lado largo del rectángulo.


Plaza dels Josepets, con la iglésia que le daba nombre al fondo.


Durante el s. XX, para responder al rápido crecimiento de las ciudades, se construyeron nuevas infraestructuras viarias que generaron encuentros forzados con zonas de ciudad preexistentes. En Barcelona, la preeminencia del coche como medio de transporte provocó que se proyectara un cinturón circulatorio interior que descongestionaría el tráfico rodado. Este cinturón, la ronda General Mitre, se abriría paso destruyendo tejido urbano preexistente y iba a tener un nodo importante justo en el punto ocupado por la plaza dels Josepets. La llegada de los grandes flujos traídos por la modernidad destruyó el orden espacial de la antigua plaza: aparte de quedar ampliada, ésta quedó también desdibujada, sin fachadas, caóticamente abierta a la montaña, convertida en un nudo viario a diferentes niveles y con diferentes brazos, entre los que aparecía, como una isla inalcanzable, la vegetación de un parquecillo que, de un modo patético, pretendía hacer de aquel sitio algo humano. La antigua plaza dels Josepets se había convertido en un intersticio entre autopistas y calles, se había convertido en un no-lugar.


La plaza Lesseps tal como quedó tras la construcción de la ronda General Mitre.



Llegados a este punto parecía que la peripecias sufridas habían sido demasiado corrosivas para esta zona de la ciudad. Parecía que en adelante iba a ser imposible dotarla de un sentido unitario. Sin embargo, hace unos años, mientras se llevaban a cabo unas obras para una mejora integral de la plaza apareció en su centro un cubo enorme, sólo materializado en sus aristas, del tamaño de un edificio. Y entonces algo cambió. Este  cubo abstracto hizo emerger argumentos nuevos en el espacio que venían de dónde menos lo hubiéramos esperado: de los desechos de la propia historia del lugar. Al contrario que la antigua plaza dels Josepets, que tenía un perímetro bien definido, la de Lesseps no tiene fachadas continuas, lo que aparece en sus contornos són algunos prismas, figuras aisladas que se mantienen en pie después de la tempestad. El nuevo cubo es una alter ego de todos ellos, es su alma geométrica. Surgió una nueva entropía: una atracción centrípeta tensa el vacío que antes vagaba mórbido, e incluso parece inclinar los edificios, como si éstos quisieran acercarse a esa estructura que les ha robado las aristas. Al establecer un juego con todos los bloques perimetrales, el cubo central ha reestablecido un sentido unitario dónde reinaba la dispersión. A veces un solo gesto arquitectónico es capaz de situarse entre todos los elementos ya existentes como si fuera la coma que faltaba para que una sucesión incongruente de palabras se convirtiera en una frase. El tipo de orden así aparecido nace de la propia naturaleza del entorno concreto y no tiene vida más allá de él. Tampoco lo encontraremos entre lo preconcebido: se nos presenta con la fuerza de la extrañeza.









Ahora la plaza nos cuenta una historia, una historia de las que no se cuentan con palabras, ni con música, ni con imágenes. Nos cuenta una historia de las que se cuentan con espacio: hay una tensión nueva entre las arquitecturas y el vacío, con sus líneas de fuerza, e, incluso, con sus líneas de drama. La plaza Lesseps vuelve a ser un lugar.


                                                                                                      Rafael Pérez Mora




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